16 de Junio de 1955: la Argentina bombardeada
Por Julio Piumato, Secretario General de la Unión de Empleados de la Justicia de la Nación.
La Argentina, a lo largo de su historia, atravesó desde las invasiones de una potencia extranjera como Inglaterra, hasta guerras por su Independencia y guerra civil. Incluso padeció el bloqueo -antes de llegar a mediados del siglo XIX- de las dos potencias mundiales más importantes de la época (Francia e Inglaterra), así como conoció la “guerra de policía” en la década de los 60 de ese siglo. También protagonizó una guerra de exterminio hacia un pueblo hermano, la Guerra del Paraguay. Y atravesó disputas internas dentro de una democracia amañada donde sólo gobernaban las élites, hasta que la presión popular obligó a la Ley de sufragio universal obligatorio (Ley Saénz Peña 1912). Argentina conoció de represiones injustificadas como la de los Talleres Vasena, en la llamada Semana Trágica, y la de los trabajadores rurales de la Patagonia que reclamaban mínimos derechos para salir de una virtual esclavitud, la llamada Patagonia Trágica.
También conoció de Golpes de Estado, como los de 1930 y 1943, y entretanto padeció el llamado Fraude Patriótico que desnaturalizó la voluntad popular durante la década de 1930, al tiempo que se entregaban las riquezas del país a través del Pacto Roca-Runciman, que Scalabrini Ortiz denominó como el Estatuto Legal del Coloniaje. En ese tiempo, el Imperio Británico decía que la Argentina, sin ser parte formal del Commonwealth, era la hija más prolífica del Imperio, en cuya embajada en Buenos Aires se digitaba el nombre de los Presidentes.
Conoció también el proceso de industrialización, primero precario por efecto de la Segunda Guerra Mundial -y la necesaria sustitución de importaciones- y luego como política de estado del Gobierno surgido de las elecciones de 1946. Y con ello el crecimiento de la masa obrera y de sus organizaciones sindicales que pasaron a ser la columna vertebral del movimiento conducido por Juan Domingo Perón y Eva Perón. En esos años, el crecimiento del país (que pasó a desarrollarse más allá de los productos tradicionales, fabricando locomotoras, vagones, aviones, barcos e incluso energía nuclear) se tradujo en un bienestar del conjunto de los argentinos, que alcanzó niveles de equidad social inéditos hasta entonces. En ese mismo período, la legislación laboral fue pionera en el mundo, anticipándose incluso a los principios de la Declaración Universal de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Una Argentina que padeció el efecto devastador de una sequía que se llevó dos cosechas enteras de su producción agrícola (1951/1952), pero que no dejaba caer el peso de la crisis exclusivamente sobre los trabajadores.
Una Argentina que, más allá de los crímenes políticos que vivió, como los de Facundo Quiroga, Salvador Mazza, Chacho Peñaloza, Justo José de Urquiza, Ramón Falcón o los atentados terroristas de abril de 1953 en la Plaza de Mayo, jamás podía imaginarse lo que iba a pasar ese 16 de Junio de 1955. Un hecho sin parangón en la historia de la humanidad hasta entonces: que la Fuerza Aérea Nacional de la Armada bombardeara a su propio Pueblo, causando centenares de asesinados y miles de heridos.
En efecto, ese día en que el Gobierno convocaba a una movilización popular en la Plaza de Mayo, fue el elegido para que la Armada Argentina intentara un golpe de Estado. No cualquier golpe de estado, sino uno que concretara el magnicidio del Presidente Constitucional de los Argentinos, el Gral. Juan Domingo Perón y además derramase su odio y sus bombas asesinas sobre el pueblo allí convocado, incluyendo en ese raid asesino otros objetivos como la residencia presidencial (en lo que es hoy la Biblioteca Nacional), el departamento de Policía (Belgrano y Virrey Cevallos) y el edificio de la CGT (Azopardo y Av. Independencia), donde la Central Obrera había convocado a los trabajadores a concentrarse. Fueron varios raids donde los aviones conducidos por asesinos recargaban sus bombas y su combustible para volver a la carga, incrementando el número de víctimas, incluido un ómnibus lleno de escolares, porque al conocer el pueblo a través de las radios el primer ataque, se acercó espontáneamente a la Plaza de Mayo indignado, y así sufrió los nuevos bombardeos, como la metralla que provenía de los sublevados en el Ministerio de Marina. Hubo víctimas en todos los ataques, incluso en la CGT. Entre las víctimas caídas bajo la metralla aérea (las bombas las habían lanzado todas en la zona de Plaza de Mayo), murió el Secretario de Organización del gremio de Tintoreros, partido al medio por los proyectiles.
Los agresores huyeron al Uruguay y nunca pagaron sus crímenes ante la Justicia, incluso algunos se vanagloriaron de ello sin arrepentirse jamás, llegando a ocupar cargos de Gobierno en dictadura e incluso en procesos democráticos.
La violencia generada por este odio brutal dejó secuelas en el país. Tan solo un año después, se llevaron adelante los fusilamientos de militares y civiles que se alzaron en defensa de la democracia y contra la dictadura. Esos hechos tremendos abonaron y justificaron un espiral de violencia que le costó muy caro a nuestro pueblo y del que nunca nos hemos recuperado.
Alcanza con observar los niveles de equidad social y de desarrollo nacional que imperaban entonces y, compararlos con un presente donde, al compás de la grieta y a pesar de la riqueza con que Dios bendijo al suelo argentino, prácticamente la mitad de los argentinos vive en la pobreza, más allá de los 37 años de democracia ininterrumpida.
Al recordar este momento trágico de nuestra historia debemos reflexionar como pueblo y, fundamentalmente nuestra dirigencia política, para entender no sólo el mensaje de NUNCA MÁS a la violencia de las bombas o del terrorismo de Estado, sino también el mensaje que hay que dejar de lado intereses mezquinos y reconstruir una Argentina donde la solidaridad sea el valor de referencia y la Justicia social el objetivo a alcanzar para que cada uno de los que habitan este suelo puedan vivir con la dignidad que se merecen todos los seres humanos.
Es con esta idea que debemos reflexionar para que un hecho tan luctuoso como el que recordamos nos sirva para saber lo que no queremos. Esa violencia vino a quitarnos la dignidad y la justicia social que habíamos alcanzado. Hoy esa violencia sigue vigente bajo otras formas, derivada de la miseria y la pobreza que nos cuesta más vidas que las que se llevaron los bombardeos y las dictaduras, y también los muertos en vida, los “descartados” sin futuro ni esperanza. Por ello debemos rechazarla en todas sus formas y recuperar ese modelo de país que sintetizaba desarrollo, progreso y justicia social para todo nuestro pueblo. No es una utopía, lo pudimos alcanzar y podemos volver hacerlo. ¡Hacen falta patriotas!
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