30 años sin Miguel Bru y un reclamo que no cesa: "Justicia plena sería saber dónde está"
Miguel Bru tenía 23 años el 17 de agosto de 1993, cuando fue detenido, torturado y asesinado por efectivos policiales de la Comisaría Novena de La Plata, provincia de Buenos Aires, tiempo después de denunciar un allanamiento ilegal en su casa.
Desde ese entonces, sus amigos y familiares emprendieron una búsqueda para esclarecer lo sucedido: lograron llevar la causa a juicio en 1999, se probó la responsabilidad de los policías Justo José López y Walter Abrigo por tortura seguida de muerte y fueron condenados a prisión perpetua. Formaron primero una comisión de búsqueda del estudiante de periodismo, que luego devino en la Asociación Miguel Bru, que desde el año 2000 asesora a familiares de víctimas de violencia institucional.
Rosa Schonfeld, la mamá de Miguel, cuenta desde hace años todo lo que pasó desde que él le dijo que la policía había entrado a su casa y que iba a denunciarlos, hasta el día de hoy. Pero a ella le falta todavía una parte de la historia de su hijo: al cumplirse 30 años de la última vez que lo vio con vida, sigue sin saber qué hicieron con su cuerpo. “Justicia plena sería saber dónde está Miguel. Si vos venis a mi casa todo es donde está Miguel, mis nietos todos crecieron escuchando hablar de Miguel. Todos estamos detrás de un objetivo, que es saber dónde está” expresó en declaraciones mediáticas.
¿Dónde está Miguel? “Cada aniversario pienso, bueno, me duele como el primer día, pero estos 30 me afectaron más. No estamos pidiendo nombres nuevos, la investigación está cerrada. Estamos buscando a Miguel, es lo que único que nos interesa”, afirmó en diálogo con el medio Destape Rosa Schoenfeld.
El juicio histórico
Miguel llevaba meses soportando el hostigamiento de los agentes de la 9.ª. Todo comenzó por una allanamiento ilegal que hicieron en la casa tomada en la que él y un grupo de amigos habitaban en la calle 69, entre 1 y 115, que a las vez hacía de sala de ensayo de su banda de punk..
La primera vez ingresaron por una denuncia de ruidos molestos, pero con una violencia inusitada y sin una orden. Y el segundo, por un supuesto robo a un kiosco, que nunca fue probado. El joven de 23 años no soportó la situación y enfrentó el atropello. “Pendejo de mierda, no te metas con nosotros porque te vamos a hacer boleta”; recuerdan sus amigos que le dijo “El Negro” López en una oportunidad. Pero ellos no sabían que Miguel denunció a los efectivos, lo que le trajo nuevas consecuencias: constantes acosos y amenazas.
Un mes más tarde, Rosa cuenta con memoria fotográfica la última vez que vio a su hijo mayor. Era domingo, 15 de agosto, Miguel había comido y pasado la noche allí. “Estaba sucio, con un poncho, y pantalones todos rotos como los que él usaba, y me dijo que como ahí no había garrafa tenía que hacer fuego para calentar el agua”, cuenta su madre. Ella le tiró esas prendas y le dio ropa de su hermano, luego le pidió que se quede a almorzar, pero él le dijo que tenía que irse porque se juntaba con unos amigos. Por ese entonces les estaba cuidando la casa de sus amigos Lorena y Santiago en Bavio, una localidad camino a Magdalena.
De hecho, había invitado a su novia Carolina, a quien conoció en la Escuela Superior de Periodismo (hoy Facultad) de la Universidad Nacional de La Plata, a que vaya a pasar unos días con él. La muchacha llegó de Mar del Plata, ya que había ido a pasar allí las vacaciones de invierno, pero en la vivienda solo encontró las últimas brasas de una fogata.
Pasaron los días y la preocupación empezó a crecer. Algunos de sus amigos fueron a la casa de Bavio y recorrieron los alrededores. Fue así que encontraron su bicicleta y ropa cerca del río. Tiempo después se dieron cuenta de que habían sido plantados.
Luego, su familia comenzó un largo periplo para hacer la denuncia por su desaparición. Fueron de comisaría en comisaría hasta que en la seccional de Villa Argüello, donde trabajaba su padre, Néstor Bru, le hicieron “el favor”. En ese entonces, no le pasaba por la cabeza que sus colegas eran responsable del crimen de su hijo. “Después de que terminó el juicio, empecé a entender lo que debía estar pasando él: lo dejaron muy solo y protegieron a los que hicieron esto. Además, no podía renunciar porque en ese momento era el único sostén económico de la casa”, afirmó Rosa sobre su marido, quien falleció en enero del año pasado.
La causa cayó en manos del juez Amilcar Vara, recordado por su declaración “sin cuerpo no hay delito”, y por decirle a Rosa: “Sospecho que se ha ido con alguna chica a Brasil”. Además, registros periodísticos de ese entonces le atribuyen haber dicho “Mirá lo que parece en esta foto, seguro que era homosexual y drogadicto”, luego de ver una de las imágenes que circulaban por las calles de La Plata.
Tras dos años y medio, consiguieron apartarlo de la causa. El juez fue destituido por un juicio político en el que se comprobó que en 27 causas había alguna participación policial a las que brindó algún tipo de encubrimiento o protección. Pero en ese momento, los responsables ya sabían como actuar. “López, según su exmujer, era cuadrado como una baldosa, pero aprendió bien lo que decía Vara: ‘Si no hay cuerpo, no hay delito’”. De hecho, el juicio estuvo cerca de naufragar por eso.
La clave fue el registro de la comisaría y el complejo estudio con rayo láser realizado en el instituto Balseiro que comprobó que había sido adulterado. Cerecetto había sido el encargado de borrar el nombre de Miguel Bru y reemplazarlo por el de José Luis Fernández. También fueron cruciales los testimonios de otros de los detenidos en la comisaría aquella trágica noche. Uno de ellos, de apellido Suazo, fue muerto tiempo después, tras recuperar la libertad en un presunto enfrentamiento con la policía. Su hermana, la trabajadora sexual Celia Giménez, se convirtió una voz clave en el esclarecimiento de los hechos Fue así que al final del juicio oral, el tribunal condenó a los cuatro policías involucrados y marcó un hito: fue primer caso con condenas a prisión perpetua sin el cuerpo de la víctima.
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