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Alberto, la "excusa" menos pensada

Redacción: Chino Castro

Ilustración: Agustin Travela

Si el instinto de supervivencia le marcaba al siempre elástico peronismo que para salvarse debía ‘sacrificar’ a su vástago quintaesencial, ahora debería marcarle lo contrario: para no perecer, se ha vuelto menester aferrarse al legado de la ‘década ganada’, que así lo fue para millones de argentin@s que, en promedio, no son quienes emplean el colérico micrófono propalado ad nauseam por la pertinaz massmedia.

 

Lo que hay en curso tiene color, tamaño, cola y olor a operación. Si surgió como tal o se orquestó en el camino, no hace la diferencia. Y no es contra Fernández sino a través suyo. Montaje que incluye a sectores mayoritarios del propio peronismo, que han decidido no mover medio dedo por una figura que les ha dado más disgustos que alegrías, que pasó de lo opaco a lo nefasto y a quien es imposible defender. Por más que se monta en una base real, hay que admitir que esta vez dieron con una fibra sensible como los milicos con Malvinas, no son las bóvedas de Cristina: seguramente hubo maltrato, y todo indica (no necesariamente la foto del ojo que han tenido el mal gusto de publicar) que también golpes y amenazas contra la exprimera dama. Es un montón. Pero con el correr de los días hemos ido accediendo a datos cada vez más escabrosos, en una escalada que bien podría terminar en un intento de asesinato: ya no sólo la acosaba psicológicamente y le pegaba, ahora también se nos ha puesto en autos de que le habría inducido a patadas un aborto. Algo hay, y Alberto debería pagar. Sin grises. Otra cosa es el circo mediático que se ha armado en torno al caso, lo que incluye a una Justicia que por primera vez en décadas se movió con celeridad (que no quiere decir eficiencia). Acaso a caballito de esta repentina correntada los magistrados logren por fin abrir el celular de Milman.

 

Alberto es la nueva sinécdoque. No van por él, sino por el kirchnerismo, y Fabiola les importa nada. Sindicarlo como el culpable de todos los males argentinos y un tumor que es menester extirpar es el propósito de fondo, y la antesala de sacar de la cancha al partido de masas por antonomasia de la política vernácula. El sueño húmedo de la proscripción es una bandera negra que nunca ha dejado de flamear. Borrarlo es algo que jamás lograrán, tanto como que nunca cejarán de intentarlo. No lo saben, no leen historia. Ni siquiera pudieron cuando lo proscribieron, ni tras la ‘década perdida’ menemista. El antiperonismo sabe mejor que el propio movimiento nacional justicialista los kilates que calza el kirchnerismo, que vaya por él es la prueba mejor de que a todo peronista se le sube el precio cuando se lo tilda de K.

 

Mientras la novela sigue, el gobierno avanza con la entrega vil del patrimonio argentino al capital transnacional, disuelve la CONADI y proyecta liberar a los represores, al tiempo que UNICEF difunde datos escalofriantes sobre el hambre infantil en casa, pero a nadie parece importarle. Aún aupados por la massmedia, Milei y su escuadrón de mutantes gozan de tanto clima favorable que se ceban y hasta cometen errores no forzados, provocaciones gratuitas que más temprano que tarde podrían erigirse en la primera piedra de su derrumbe. Actúan de modo poco inteligente, deberían saber que lo más astuto cuando se posee viento de cola es moverse como si soplara en contra. Pero lo único que la brutalidad no puede es ser sutil. Es capaz incluso hasta de arrepentirse, pero jamás de ser delicada.

 

Quieren el hígado del peronismo. Comérselo, bocado a bocado da más placer. Clavar una estaca en su médula espinal y transmitirlo en cadena nacional. Y saquear todas las medallas del kirchnerismo, el neoperonismo de los dos mil, es su norte. Por eso a la primera oposición le convendría mudar de estrategia, echar culo a lo Riquelme y salir a polarizar con el mileísmo, en vez de continuar intentando con la ya fracasada táctica de no molestar a quienes nunca se conformarán con menos que su extinción. Desde esa perspectiva, habría llegado la hora de que todo peronista de bien saliera a hacer bandera con las cosechas de la ‘década ganada’, ahora que va quedando claro que lo de Fernández es una hábil ‘excusa’ de gente a la que le importa luchar contra el patriarcado lo mismo que a mí dar la vuelta al mundo en moto con sidecar.

 

Digamos también que Alberto debe pagar pero por lo que le haya hecho a su “querida Fabiola”, no por lo que, en plan ‘potolo en jet’, habría llevado a cabo con mujeres de empinadas curvas en la residencia presidencial, irritando a ese ‘juancarlismo social biempensante’ que se indigna con algunos y ensalza a otros por el mismo comportamiento, ¿o no era un crack Menem, y acá mismo un exintendente que se dio sus buenos gustos sexuales sin que a nadie se le moviera un pelo? Alberto fue tan torpe que se prestó a que ‘segundas damas’ filmaran al menos parte de esos voluptuosos encuentros, no aprendió de la foto de Fabiola brindando con amigos en plena pandemia que significó el principio del fin de su siempre frágil romance con las mayorías. Hoy circula un video, y quizá aparezcan más. 

 

Lo toman a Fernández como llave para ingresar adonde realmente les importa: la cabina de control. Es hasta irónico, porque el propio Alberto anunció en su día que venía a “terminar con el kirchnerismo”. Pero tanto ahínco por barrer del mapa a esa corriente política lo único que desnuda es que existe otro proyecto de nación, y que la ‘batalla’ cultural es en rigor una ‘guerra’ que, lejos de estar perdida, continúa y continuará mientras tengamos país, algo que tampoco está garantizado amén de que siempre exista un territorio llamado ¿República? Argentina.

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