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Historias de la vida al sur II: "Y"



Mi amigo el "Y" tiene nueve años, llega todos los días apurado al colegio, me saluda chocando la palma de su mano contra la mía y me regala una gran sonrisa, yo se la devuelvo.


Él es un niño como los tantos que veo a diario, le cuesta quedarse quieto, vincularse con sus compañeros, le gusta correr y jugar a la pelota en el recreo.


Los días que lo veo son los lunes y miércoles, generalmente pasa a saludarme por el gabinete, otras veces lo mandan porque estuvo involucrado en algún conflicto, ya les conté que tiene dificultades para establecer vínculos con los demás chicos, es que su vida no es sencilla, les diría que tiene en la mochila tantos sucesos que le pesan más que los cuadernos, libros y fotocopias que usa en la escuela.


Vive con su mamá, la abuela y dos hermanos menores que él, existe un papá pero está lejos y lo ve solo en las vacaciones aunque me ha contado que a veces habla por teléfono.

En una ocasión llegó, al espacio que compartimos (la salida del equipo) así le dicen varios, muy enojado, llorando porque se había peleado con un compañero. Como es habitual hablamos de la manera en que tenemos que resolver las peleas, charlando, escuchando al otro, sin llegar al contacto físico, el respeto del cuerpo ajeno y mil cosas más que repetimos muchas veces día tras día.


Cuando estaba más calmado soltó una frase que nos paralizó, "me maltratan acá igual que en mi casa".


Le preguntamos quien lo maltrataba en su casa, casi susurrando y con miedo dijo mi mamá. Comenzó a narrar situaciones que ningún niño, joven o adulto debería atravesar, la violencia no es justa para nadie.


Lo golpeaban con el cinto, le gritaban, lo amenazaban.


Obviamente decidimos realizar una denuncia.


Al lunes siguiente lo llamamos para charlar, él estaba enojado, nosotras habíamos hablado nos dijo y su mamá estaba furiosa.


Le explicamos que era necesario contar eso, para no sucediera más, para que su mamá pudiera charlar con un profesional y le enseñará a poner límites de otra manera. Se fue más tranquilo después de la conversación.


A los veinte días aproximadamente nos reunimos con los encargados de llevar adelante lo que expusimos ante las autoridades.


Fue tan decepcionante escuchar que nada había pasado, que solo habían hablado. Que lo citaron a "Y " acompañado de la que ejercia violencia para que relatara lo que ya nos había contado, revictimizandolo otra vez. Y como es de esperar no dijo todo nuevamente.


Mandaron a la madre al servicio de Salud Mental, que como todos sabemos está colapsado, no fue.


Y ninguna otra intervención, es desesperante escuchar que a un niño lo golpean y no poder hacer nada, y que las personas que ocupan un cargo en instituciones destinadas a tal fin sean ineptas.


Cada lunes y miércoles lo vuelvo a ver y siento que sigo en deuda con él.

Le regalo una sonrisa, juego un ta te ti o una partida del uno, le brindo un ratito de mi tiempo y lo escucho.


Redacción : Anónimo


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